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Primavera

Hace tiempo que no me hablan las flores. No me había dado cuenta porque era invierno, creo, pero basta ver las fotografías que he tomado para darse cuenta de que hay tantas flores como ramas, tanto verde como gris, tantos cielos azules con nubes blancas como cielos blancos que no delatan a la lluvia.

Ayer sacaba de maletas la ropa de primavera y miraba todas las flores que insisto en llevar conmigo por si se me nubla la sonrisa y estoy cabizbaja; mirar mis manos sobre mis piernas y tener en el fondo ese recordatorio instantáneo de que las cosas bellas también mueren y a veces son breves, pero siempre regresan.

Ayer, precisamente, que no sentí el sabor del café o de la manzana y la miel. Ayer, que el pronóstico del clima decía nueve grados y yo sabía que mentía no porque mi paciencia estuviese bajo cero sino porque los árboles se movían mientras llovía. Mientras la tela de mis vestidos luchaba por convencerme de que en el mundo había algo bueno, yo miraba la ventana cerrada y sentía el frío rodear mi cuerpo.